DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia

Tres notas

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Tres notas…

Tres notas

Supongo que no hayan olvidado el piano vertical de la sala de mi casa, aquel donde Carmita Arellano tocaba «La comparsa» de Ernesto Lecuona. Meses después del comienzo de las clases de música hubo que venderlo. No lo atacó el comején, ni se le reventaron las cuerdas. Una cadena de hechos desconcertantes lo alejó de nosotros.
Yo tendría unos doce años. Esa edad en que las hormonas pueden alterar nuestra percepción del mundo. Todo marchaba bien. Bozo sobre el labio superior, vellos en lugares nuevos, agravamiento de la voz y lo demás que le sucede a cualquier varón sano a esa edad. Calores, sudoraciones y calentazones a destiempo.
Dormía solo en el primer cuarto. La espalda del piano tapiaba un arco entre la sala y mi dormitorio. Antes lo adornaba una mampara art noveau. Fue destruída por los hachazos de mi tía, obsesionada con modernizar la casa.
Mi abuela era muy exigente en mantener cerrado el instrumento cuando no se usaba. Lo vigilaba con frecuencia, para que no se ensuciaran  ni amarillearan las cubiertas de marfil de las teclas. No lo cerraba con llave, su palabra era suficiente para que la obedeciéramos.
Una noche desperté asustado, con la sensación persistente de que algo sucedería de un momento a otro. Sentí mis poros pinchados por miles de alfileres y me senté en la cama.
Escuché el golpe seco de madera con madera cuando se abrió la cubierta del teclado. Silencio de nuevo. Luego las visagras del atril, la tablita que servía de sostén a las partituras. Temblaba de miedo, adivinaba una presencia ajena. Pensé en un ladrón que se había colado por el patio. No me podía mover.
Alguien pulsó una tecla, oí un sonido grave. Segundos después se repitió, luego otro, más agudo en mi percepción, compuesto por dos notas. Algo sacudió mi cama y salí corriendo a la sala, dispuesto a enfrentarme con lo que fuera.
Me pareció un camino larguísimo. No podrían ser más de cuatro metros. Cuando llegué a la sala, iluminada por la luz de la luna, no había nadie cerca del piano. Estaba abierto. No me atreví a cerrarlo hasta que encendí la luz. Nada ni nadie. «Imaginaciones mías.» Pensé.
Regresé a la cama y me dormí. Al otro día no lo conté a nadie. Estaba seguro de que no me creerían.
Me acosté esa noche y caí en el sueño con rapidez. Sobre las tres de la madrugada volví a despertarme. Experimenté el mismo desasosiego, el mismo terror paralizante. Los dos sonidos no demoraron: se abrió el piano y bajó el atril. Las tres o cuatro notas, dos primeras repetidas y una tercera diferente, compuesta quizás, sonaron otra vez.

Me apresuré decidido, Cuando fuí a cerrar la tapa, sentí el roce de una mano peluda en la mía. Me aterrorizó. Supongo que haya sido una descarga de adrenalina.

Esperé sin poder dormirme esta vez. Al amanecer, a la hora del desayuno, conté mi historia. Lo hice con tanta vehemencia que no se burlaron de mí. No habían escuchado nada, tenían que ser fantasías mías.
Durante tres noches el incidente se repitió. Dos ruidos amaderados, dedos invisibles que hundían tres teclas. Mi carrerita a la sala y el teclado al descubierto. Han pasado más de cuarenta años y puedo reproducir las notas en cualquier instrumento, voy directamente a ellas.
A la quinta noche no resistí, me fui a dormir con mi tía Nena que dormía en el tercer cuarto. En medio de la noche la desperté. La advertí. Si fue histeria de masas o no nunca lo sabremos. Ella tambien lo escuchó. Creo que los otros adultos de la casa tambien, aunque no lo reconocieron.
Llamaron a Tony el afinador. Podía ser una cuerda mal estirada o en tensión por el calor o guayabitos retozando en el bastidor, provocando sonidos. Respuestas lógicas, técnicas o científicas.
Yo insistía en que eran siempre las mismas notas. Una repetida dos veces, otra diferente más tarde.
Vino el padre de Adaliz, una compañera de escuela de mi hermana. Afinaba los pianos del ICRT (la televisión cubana) Revisó bastidor, pedales y cuerdas. Nada raro tenía el piano. Continuaba sonando en mis noches.
Mi tía no lo había oído más, comenzaron a dudar de mi convicción. Podía ser un desorden hormonal o una manera de llamar la atención. No creo que necesitara más de la que tenía. Bastante sobreprotegido estaba.
Mi abuela materna cerró una tarde con llave el causante de mi desorden emocional. Cuando desperté a todo el mundo, el teclado se exhibía descaradamente. La madre de mi madre se había acostado con la llave colgada al cuello. Allí estaba, asegurada. Nadie la había rozado.
La suerte quiso que me fuera a mi primera escuela al campo. Cuarenta y cinco días lejanos de casa. Cuando regresé no había piano en la sala. Lo habían vendido. Nunca pregunté a quién ni cómo.
A partir de ese momento mi adolescencia transcurrió como todas las adolescencias.  No más ruidos ni miedos.
Hace unos meses buscaba datos para impartir un curso de apreciación musical. Me aterroricé cuando leí por casualidad sobre el llamado tritonus o tritono, las tres notas del diablo. Según el teórico e historiador musical Guido de Arezzo, son por las se desliza el demonio en la música. Es un intervalo músical que fue prohibido por la iglesia. Las tres últimas notas eran, claramente, lo que yo escuchaba en el piano.

Autor: ernán dezá

Me las doy de aprendiz de curioso con ambición de croniquista. Ya voy viviendo mi sexta década, parte en Cuba, parte en Suecia. Tengo algunas cosas que contar y otras que mejor no cuento.

9 pensamientos en “Tres notas

  1. El piano y su particular Polstergeist ….jejeje .. me ha encantado. Esto me recordo la famosa historia de la tia de mi madre ( la familia materna es toda musical … mi abuela materna es hermana del famoso pianista de jazz PERUCHIN ) Mi madre vivia en casa de su tia que era profesora de piano reconocida en Antilla , Holguin. Su piano era su vida. La tía enfermó del corazon y como tocaba el piano con tanta pasion , el medico le prohibio tocarlo tan seguido. El corazón se le disparaba. Según mi madre y familia, eso la fue matando aún más. Además del conocimiento de su enfermedad. Murió y mi madre heredó la casa, donde yo naci. Cuenta mi madre que muchas veces escuchaba el piano ,clarito , con su obra preferida ( que no recuerdo ahora ) y con la misma pasión con la que su tía. Ella se levantaba igual que tú e iba a la terraza trasera de la casa donde estaba el piano. Cuando llegaba no se escuchaba nada más, todo paraba. Hasta un dia de los tantos ( espaciados ) que escuchó el piano y se llenó de valor. Se acercó hasta alli y solo vio el cuerpo de su tia, sin cabeza. Sentada en un sillon al lado del piano. Era el sillón donde se sentaba para dar las clases a los niños … Esta historia a mi me aterro siempre y aun la guardo en mi cabeza loca. Jejeje. No se si mami nos las hizo para que no nos levantaramos en la noche o para que nos quedaramos tranquilitos … pero ahi esta tambien la historia del piano en mi familia Jajajajja.
    beso grande y linda historia . un gusto leerte comos siemrpe

  2. Gracias, Santiago. Quise cambiar la tónica y hasta a mi mismo me asustó recordarlo.

  3. Willy: Lo cómico es que soy muy incrédulo en cuanto a políticos y algunos religiosos, pero esto de las percepciones extrasensoriales siempre me ha apasionado. Su sal tiene. 🙂

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  7. Curiosa historia,, las tres nota del diablo. Me ha gustado y de alguna forma todos en la niñez, teníamos monstruos que nos aterrorizaban ya sea en forma de piano o de payaso de gorma. Aunque en tu caso, pues da que pensar….

    Por cierto viví en Cuba diez años, es mas, mi hija mayor nació allí. Cuidate

  8. Gracias. Siempre los payasos y todo lo que sucede en un circo me ha resultado algo siniestro. Será la culpa de Todd Browning y su «Freaks» ? 🙂

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