Llevaba unos años trabajando en el habanero Teatro Mella en 1987. El director Roberto Blanco se me acercó y me puso la mano en un hombro, con un gesto dramático.
—«Amo de las letras« —así me llamaba, cosa que me enorgullece aún— quiero que veas los ensayos de la reposición, antes de que rotules el cartel.
Roberto era de los pocos directores que respetaban mi trabajo. A otros le bastaba con un simple letrero.
Ya había oído hablar sobre ”María Antonia” de Eugenio Hernández Espinosa, pero no estaba preparado para lo que vi. Dos décadas atrás, Roberto había hecho un montaje de la mejor tragedia del teatro cubano. Usó coros griegos cantando en yoruba, con tambores batá, máscaras y coturnos, muy a lo Grotowsky. Las problemáticas: racismo, sexismo, religiones afrocubanas, miseria y marginalidad, resultaban tan actuales como en su estreno. La protagonista quería librarse de todo lo que le había impuesto la sociedad, por negra, por mujer y por hija de Ochún, la deidad del amor en el panteón de los dioses yorubas. Una Carmen de Merimé, deseando que le clavaran el puñal en mi barrio del Cerro.
Al final del ensayo, todavía deslumbrado, me acerqué al director. Eugenio y el actor Nelson Dominguez estaban junto a él. El escritor me saludó con una sonrisa.
—¿Tu harás el afiche? Ponle todos los hierros…
—Maestro —dije bajando la cabeza en señal de admiración y respeto, dirigiéndome primero a Roberto y luego a Eugenio— Maestro. Necesito unos días para poder digerir esto. Es mucho. He crecido entre Marías Antonias, Cumachelas y Julianes.
Una semana después, hasta Hilda Oates, la protagonista, se me acercó para elogiar mi cartel. Roberto Blanco, todo un caballero, siempre lo hacía. Lo rotulé en cartulina amarilla, el color de Ochún, la deidad que quería llevar las riendas en la vida de Maria Antonia. Las plumas de un pavo real, ave que simboliza a la diosa, se mezclaban con una mancha de sangre y un puñal. Prometí regalarlo al productor cuando terminara la temporada de la obra. El hombre quería conservar su nombre escrito en times new roman.
Perdí el afiche, como todos los que hice en aquellos tiempos, lo que no me podía perder era la noche de la reposición. Una obra maestra con un montaje magistral. El público lo reconoció. Cuando sonaron los primeros aplausos corrí al proscenio. Quería felicitar a los causantes de tanta algarabía y tantos bravos.
Quien haya visto actuar a Hilda Oates no la olvida. Su voz, su presencia majestuosa, su mirada y esa forma de mostrar sentimientos dramáticos sin siquiera hablar, la convierten en una de las grandes damas del teatro cubano. Además de ser una maravillosa mujer fuera del escenario. Quien la haya conocido personalmente, ha reído con su chispa y su uso del vocabulario barriotero.
Esa noche comenzaba a trabajar un nuevo tramoyista, Enrique Turiño. Lo pusieron a manejar las varas de los telones. El papel con el guión técnico lo tenía loco, era una puesta larga y muy complicada.
Los aplausos se hacían interminables y ensordecían a los actores. Junto a Hilda, en el centro, saludaba la actriz Alicia Mondevil, notoria por su palabrería rebuscada.
Turiño, desesperado por terminar, se equivocó y bajó el telón de guillotina, pero la audiencia siguió coreando bravos y palmoteando. Hilda giró y se puso de espaldas a la cortina, buscando al culpable con la mirada.
—¿Y ese comemierda porqué cojones bajó la guillotina? —preguntó enfurecida.
—Es que los aplausos ya habían terminado. —La Mondevil conocía bien a la protagonista y quiso apaciguarla.
—¡Qué terminado ni que coño! De terminado nada, la gente sigue aplaudiendo. ¿Tú estás sorda, chica?
—Por favor, Hilda, las ovaciones ya han fenecido.
La cólera de Hilda aumentó al desconocer el significado de la palabrita. El telón subió sin saberlo la Oates. La audencia la vió de espaldas, con los brazos subidos, como increpando a uno de los dioses africanos de la tragedia. La ovación enmudeció en el mismo momento en que Hilda, a punto de explotar, gritaba alargando las vocales con su profunda voz de contralto.
—¿Fene… fene..? ¡Fenepinga, chica!
El silencio y la certeza de que la habían escuchado la paralizaron en aquella postura exagerada. No se escuchaba el más mínimo ruido en todo el Teatro.
Cuando Hilda Oates notó que habían levantado el telón y se volvió al respetable, recibió la más grande andanada de aplausos que recuerda el Teatro Mella, la aclamación que nunca fenecerá.
enero 5, 2014 en 11:11 pm
Imagino, querido Ernán, que después del estreno te obligaron a rotular un nuevo cartel, al más puro estilo taurino, en el que la Oates aparece estoqueando a Turiño… Deliciosa entrada.
enero 6, 2014 en 12:30 am
Gracias, Ángel. La Oates perdonó a Turiño, más no podía evitar recordarle el incidente a cada rato. Esta anécdota era pan de cada día en mi juventud, en el mundillo teatral. Contaré varias como esta a su tiempo. No hay nada que me parezca más divertido que el teatro por dentro, las ocurrencias de actores y directores en los ensayos, los errores en las produccciones, las venganzas de los técnicos y trabajadores con las divas insufribles… Mucho que contar.
enero 6, 2014 en 1:04 am
Estimado Ernán: Sigue, por favor, deleitándonos con estas crónicas del teatro. Gracias por compartir tus vivencias con este humilde soñador, que en su juventud soñaba con pisar escenarios encarnando épicos personajes. Un placer leerte.
enero 6, 2014 en 8:17 am
Archimaldito: Habrá más teatro, en La’bana, en Estocolmo… Son anécdotas que harían flotar un barco. Me siento halagado por tu complacencia, además de que tambien quise poner pie en un escenario, con resultados catastróficos. Saludos calurosos y gracias a tí.
enero 7, 2014 en 12:38 pm
¡Un extraordinario relato que me ha llevado a viajar a la Cuba donde nunca he estado y a sentarme en el teatro donde nunca me he sentado y a disfrutar de la ovación que nunca he disrutado! ¡Fabuloso! Ya te leo…
Hablando de medias ruedas… aquí te dejo algo de cuando, al decir de Cortázar, estuve a dos de los cincuenta…
http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/09/22/a-dos-anos-de-los-cincuenta/
enero 7, 2014 en 3:26 pm
Gracias a Ernán tenemos a Cuba. Del Ulysses nos decían, cuando lo estudiábamos, que con la mera narración del día que hace Joyce podríamos tener a toda Irlanda junta. De las entradas y el mundo de la «media rueda» no espero yo menos que pueda recomponerse toda la tramoya de la Isla. Y con más sabor… Un abrazo!
enero 7, 2014 en 5:04 pm
Reynaldo: Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas, como dijo el poeta. Tampoco he visitado tu isla, pero estoy seguro de que cuando lo haga, me sentiré como en la mía. Gracias por permirme asomarme a lo que es tuyo y a lo que es de ella. Un saludo cariñoso.
enero 7, 2014 en 5:22 pm
Don Felicius:
Un amigo me preguntó hace unos días: -Y ya llegaste a la actualidad en tu blog?
Como si se pudiera meter la pluma una sola vez en el tintero y mojar en ella cincuenta y cuatro años de anécdotas… Hay muchísimo que contar, por mi parte y la de mis viejucos y ancestros, mejores narradores que yo todos. Guajiros con lenguas como látigos untados en mermelada de guayaba.
Gracias por el entusiasmo, por estremecerme de miedo con tu contema «Extra», por hacerme sentir lo que siente una estatua dorada y por darme la posibilidad de leer los anteriores… y las críticas de cine… Un abrazo!
enero 8, 2014 en 5:47 pm
Un precioso texto que me ha transportado a esa Cuba de la que volví impresionada, de eso hace ya unos cuantos años. Una pena no haber podido estar en ese teatro… tendré que volver. Sí, será lo mejor.
Un beso.
enero 8, 2014 en 7:09 pm
Gracias Chelo. Para principios de noviembre, tienen Festival Internacional de Teatro por allá y resulta interesante.
Ya puse a descongelar un beso para tí, desde este pedazo de Polo Norte.
enero 8, 2014 en 10:39 pm
Palabrejas con la mulatona, de eso nada, jajaja qué bien pero me quedé con deseos de ver tu «afiche», qué penita. Un beso
enero 9, 2014 en 12:08 am
Que grande!, feliz entrada de año. Saludos y éxitos
enero 9, 2014 en 1:22 am
Ay Magelita! Hilda Oates es una mujer muy especial. Campechana, natural y de pueblo, pero a la hora de preparar sus personajes era la pasión y la profesionalidad en persona.
Mi jefe del Mella me llamaba «la imprenta». Hacía dos o tres carteles a la semana, entre otras cosas. Era un rotulista más, rodeado de gente campechana y agradable. Nunca creí que un cartel mío fuera algo importante, por mucho amor o perfeccionismo que le pusiera a veces.
Un «quiero» grande!
enero 9, 2014 en 1:37 am
Gracias Chino! He notado que has vuelto a publicar en tu blog y eso me alegra. Supongo que no tengas tiempo, sé que hay que sobrevivir y vivir, en ese orden. Un gustazo tenerte por aquí. Éxitos para tí.
enero 11, 2014 en 8:59 am
Qué puedo decir? Maravilloso. Además, me acabas de picar con el gusanillo de la curiosidad acerca del panteón yoruba, apenas sé nada de eso y debe ser fascinante.
enero 14, 2014 en 7:23 am
José: Muchas gracias. Ya hablaré sobre el panteón yoruba, aunque no es mi fuerte. Tiene cierto parecido al griego. Las leyenda sobre estas deidades se llaman «patakines» y están llenas de encanto. Gran parte de la población cubana practica la santería, que es una mezcla de la Regla de Ocha (religión que llevaron los esclavos africanos a Brasil y Cuba) y el catolicismo, con el Espiritismo Anglosajón.
enero 14, 2014 en 10:25 am
Es un tema que me interesa mucho. Sabes de algún libro o fuente dónde pueda informarme más?