—Usted es débil de carácter, compadre.
Recuerdo bien claro haber escuchado aquella ofensa. Yo era un bobalicón de doce años. Pasaba mi primera Escuela al Campo. Era la forma en que los estudiantes cubanos pagábamos nuestra educación, trabajando 45 días en labores agrícolas cada curso. Estrenaba esa sensación de vacío que trae separarse de los padres durante seis semanas.
Estábamos albergados en el Campamento Las Novedades, entre San Antonio de los Baños y Güira de Melena. Hacíamos fila, brigada por brigada, antes de entrar a almorzar al comedor: arroz, judías blancas y pan. Todos los días.
Había observado un grupo de muchachones pararse detrás de los más pequeños en las hileras. Varios de ellos levantaban la palma de la mano y la dejaban caer sobre la cabeza de un elegido.
Un mediodía sentí los golpes en mi mollera. Giré ofendido y decidido a reaccionar. Eran muchos y más grandes que yo, de seguro repitentes. Me acobardé, no hice nada ante la actitud amenazante de aquellos tipos. No estaba acostumbrado a defenderme.
Quise saber quién o quiénes habían presenciado mi humillación. Observé los alrededores. Me topé con la mirada fija de un desconocido:
—Usted es débil de carácter, compadre. —Aquella definición me dolió más que todos los golpes.
—¿Y que iba a hacer? Eran como diez.
—Son seis nada más. Y van a seguir atropellándolo, hasta que no los pare usted mismo. Actúe como un hombre.
Creo que fue la situación más incómoda de toda mi adolescencia. Me molestaba la forma en que me trataba de usted, la madurez agresiva del tono que usaba, el desprecio con que me miraba. Hubiera preferido otra tanda de trastazos en mi testa adolorida.
El domingo llegó mi padre de visita y le conté una variación de la historia, sin incluirme.
—Dile a tu amigo, el más chiquito del aula, que escoja al que le parezca más débil del grupo y le pegue con toda su fuerza. Los otros se apartarán.
—No, papi. Le caerán a empujones. —protesté, había sido testigo de reacciones semejantes.
—Haz lo que digo y verás que funciona. No dejes que te lo vuelvan a hacer.
Mi padre sabía. Era muy comprensivo en las cosas serias. Aquello lo era.
El siguiente lunes me volvieron a agredir. El miedo me petrificó. Tanta fue mi demora en reaccionar, que cuando miré atrás ni estaban. Tampoco el desconocido, por suerte.
Después de eso no pensaba en otra cosa. Escuchaba las palabras de mi viejo y las del compañero de escuela, todo el tiempo. Quería reaccionar, pero el temor lo impedía. Me había convertido en el objeto favorito de los trajinadores.
El miércoles los vi acercarse con el rabillo del ojo. El desconocido, después supe que se llamaba Eleazar, me observaba. No sé si el terror, el consejo paternal, el amor propio o la mirada persistente de Eleazar me hicieron actuar. Sentí el primer manotazo y me voltée con rápidez. Ataqué al más delgado y bajito. Golpeé y volví a golpear. No pude parar. Toda la rabia acumulada, la soledad sin mi familia, el escarnio de las palabras del extraño, la falta de protección por parte de profesores y mayores, me dieron fuerzas. Los demás se apartaron asombrados, como había vaticinado mi papá. Hasta me pareció ver una sonrisa en Carbonel, el jefe de la pandilla.
El mismo Eleazar estuvo en el grupo de los que me quitaron de abajo al atacante atacado. Yo gritaba que le iba a sacar los pulmones por la boca a golpes.
Esto, que sucedió varios días después, me lo contó mi amigo Onelio hace un año. Yo lo había olvidado. Estábamos él y yo en la puerta del campamento y se acercó Carbonel. Andaba con una navaja en los bolsillos, era de los que picaba. Se me encaró.
—La próxima vez que te tires con uno de los míos, te corto la cara de niñito bitongo.
—Ya veremos que pasa. —dije y sonreí de manera socarrona, práctica que heredé de mi padre.
Me estaba muriendo del miedo, no hay forma mejor de describirlo. Onelio me confesó que a él le temblaban los pies y que estaba seguro que a mí también, pero actué como para merecerme un Óscar. Así me salvé de la suerte de Orlando, por ejemplo, el único rubio de ojos azules de toda la escuela. Carbonel lo tenía como esclavo, lo obligaba a lamerle las botas todas las mañanas delante los demás para que lo vieran. Entre otros castigos degradantes, públicos y secretos.
Nadie me puso la mano encima jamás, en los cuatro años de Secundaria Básica. Sin embargo, me volvieron a llamar débil de carácter, en otra ocasión más terrible, esta vez sin razón.
Ya lo contaré aquí.
junio 14, 2014 en 9:03 am
Cuantas historias parió esa escuela al campo en todos los cubanos… Allí tuve yo mi primer contacto homo, en ese famoso » jugar de manos » y meterle un estrallón al otro y quedar enredados, excitados y con la respiración entrecortada y jadeante, cara a cara …. si te contara limeña !!! … mi memoria y esta cabezota te agradecen que afloren estos viejos , lindos ( con su parte tristes tambien ) recuerdos . beso
junio 14, 2014 en 9:15 am
Estoy reblogueando cosas viejas, para celebrar el año del blog sin complicarme la vida.
Recuerdo cosas por el estilo, a las que tú cuentas. Algunas se me han quedado en la memoria, claras como una película.
Viste el corto? Es realmente conmovedor. Una de las cosas más realistas que se han filmado en Cuba. Nada de «realismo socialista». Realismo de verdad y nada de gay, como dice el subtítulo. Te lo recomiendo!
junio 14, 2014 en 12:51 pm
Una descripción sobre las personas, sus miedos, valores…. Sería estupendo que la auto-defensa en general que tenemos que ejercer a lo largo de la vida fuera contagiosa. Hay tantas cosas que quitarse de encima. Abrazotes
junio 14, 2014 en 1:54 pm
Reblogueó esto en El día antes de crear la músicay comentado:
Los mismos primates del pasado, los mejores sabios del presente y una historia que contar.
junio 16, 2014 en 1:28 am
Creo que nuestros padres, estimado Ernán, estudiaron en la misma escuela, la de la necesidad y del sálvese quién pueda. Te leía y escuchaba a la vez las palabras de mi viejo… Abrazos.
junio 16, 2014 en 6:51 am
Créeme Manolito, a los cincuenta y cinco años uno mira atrás y recapacita: Es el prestigio algo importante? Por qué aquellos idiotas le hacían la vida difícil a los menos fuertes? Quiénes eran verdaderamente los débiles de carácter?
Mi abuela decía que cuando la gente recurre a la violencia es porque no tiene otro remedio, si lo hace por placer, es que le falta un tornillo. Vivimos en un mundo de locos, empezando por los gobiernos en el poder y terminando por los que se pudren en una cárcel.
Antes de irme al trabajo leo las noticias, de cualquier lugar del mundo, y me pregunto: Cómo hemos llegado a esto? La gente ha vendido su empatía, su inteligencia, su compasión… por poder y dinero?
Por suerte hay gente buena también. Y sin ser romántico, creo que mientras más lejos del poder y la riquezas nos hallemos, más fácil es encontrarlos.
junio 16, 2014 en 6:54 am
Don Corleone: Me hace usted tremendo honor. Un abrazo!
junio 16, 2014 en 7:10 am
Creo que nuestros padres fueron sobrevivientes, sin hacer daño a los demás, a no ser en defensa propia. Todavía mi viejo me advierte siempre: sin ofender a nadie, recuerda que la libertad es el respeto al derecho ajeno.
En Cuba se decía «trajinar» a maltratar a los menores o más débiles, el objeto de aquellas atrocidades era un «trajín» o «trajinado», también estábamos los «nobles» los que no nos metíamos con nadie, pero sabíamos defendernos y los «duros».
En este escrito cambié todos los nombres con la excepción de Onelio, todavía mi mejor amigo, pero recuerdo a todos y a sus destinos.
El corto demuestra que no todos terminaron bien, es brutal pero muy real. Las cosas podían llegar a terribles extremos y llegaron muchas veces.
junio 16, 2014 en 6:30 pm
Había oído hablar de esas escuelas, pero es algo que me queda tan lejano, que no había profundizado en ello.
Qué duro ¿no?
Besos desde el Sur de España
junio 17, 2014 en 5:44 am
Estimada Luisa:
Ya lo de las Escuelas al Campo en Cuba es un capítulo del pasado.
La primera semana debíamos cumplir la mitad de la «norma» de un campesino experto, la segunda el 75% y la tercera ya deberíamos hacer la totalidad. Por ejemplo: «desyerbar» cincuenta surcos de plantas de tabaco.
A mis doce años no podía terminar en tiempo. A los «rezagados» nos hacían quedarnos en el campo hasta lograrlo, siete u ocho de la noche. De vuelta al campamento no había agua para ducharse ni comida.
A mediados de la cuarta semana, descubrí que los demás terminaban en tiempo porque lo hacían mal. No cortaban las raíces de las hierbas y cubrían las pequeñas con tierra. Así que aprendí a hacer trampas, para poder cenar y bañarme cada día.
Era la única manera de sobrevivir. Corrupción de raíz, aprendida en la tierna edad.
junio 18, 2014 en 12:31 am
Siempre es un gusto leerle y esto de recordar es una terapia. Ya sea por lo sutil de los cambios o por la nostalgia que nos dejó crecer y abandonar recuerdos.
Ahora que está de moda el bullying queda la pregunta: ¿Como fue la infancia de los que le dan tanta publicidad? …Será que les faltó carácter.
Por cierto felicidades por este primer año blogueando.
junio 18, 2014 en 4:41 am
Gracias por las felicitaciones y por leerme, Jag.
Vi cosas terribles en mi niñez. Después, extremos impensables de crueldad en adolescentes. Tuve suerte, además de unos padres comprensivos que me crearon una autoestima, quizás demasiado fuerte, pero que me motivó a actuar respondiendo a la violencia.
Tuve suerte, repito. Mi reacción pudo haber terminado en tragedia, como en «Camionero», el corto que puse al final.
El «bullyng» ha existido siempre. No tengo los suficientes conocimientos para poder ahondar en el asunto, pero siempre he creído que tiene que ver con la diferencia de clases, con envidia por los resultados académicos o por miedo a la diferencia, racial, sexual de comportamiento o capacidad.
Una amiga sueca me contaba hace unos días que a su nieta la vilipendiaban en la escuela pues tenía un sobrepeso de seis kilos. Lo que desató una reacción de desórdenes alimenticios. La muchacha parece un esqueleto ahora, aquejada por la anorexia.
La tasa de suicidio juvenil en este país y en el mundo, contiene un elevado por ciento de víctimas del acoso escolar. No es un tema que podamos tomar a la ligera.
No creo que a todas las víctimas de este fenómeno les falte carácter, creo que muchos están solos, sin el apoyo necesario o con una protección excesiva de los padres. No sé, Jag. Lo que si se es que es bueno reconocer que tenemos un problema social muy extendido, y que está en manos de los adultos frenarlo.
junio 18, 2014 en 5:07 am
Todo extremo es vicioso. Demasiada protección paterna crea hijos vulnerables, demasiado abandono hijos violentos.
Es difícil predecir los resultados de nuestra sociedad que se deshumaniza cada día. Pero mal que bien aún existen (existimos) personas que tienen esa conciencia y labran un mejor mañana.
Por demás queda decirle que me duele el alma saber que desde pequeños nuestros hijos enfrenten la violencia con su inocencia como estandarte.
Buena noche mi amigo.
junio 19, 2014 en 9:54 pm
Una historia que se repite en cualquier país. En todos hay los mismos y en todos se suele reaccionar con miedo. Hasta que este se acaba y lo sustituye la rabia.
En fin, yo lo único que diría es que mejor que al mas débil, si tienen que golpear alguno lo hagan con el mas fuerte. Si ganas seras un campeón y si no, los tendrás cuadrados para los demás.
Y si eso lo haces el primer día, el héroe de la escuela y eso si que lo puedo asegurar. Aunque en realidad no sirva para nada, con menos de 14 años siempre es agradable, luego la cosa cambia….
Cuidate y si conocí la escuela del campo. Con 26 años o algo así que debía de tener fui unos días a ver a un profesor que conocía. En fin, lo que pasaba allí entre profesores y alumnas era motivo de delito en cualquier otro país…Allí de risas, país extraño desde luego.
junio 20, 2014 en 3:42 am
Entre profesores y alumnos, entre profesoras y alumnos, entre profesoras y alumnas. Las cosas que ví! De eso tuve que defenderme, también. Con «la inocencia por estandarte» como dice el amigo Jag.
Esos mismos maestros cambiaban los resultados de las pruebas por «favores», la promoción era altísima. Nadie veía nada… Mentira y corrupción total desde niños, aprendiendo lejos de los padres.
A mí se me hacía un lío: en casa una disciplina, en la escuela «otra», totalmente distinta.
Extraño país, desde este he podido entenderlo.
Plared, no me creas abusador. 🙂 El más «delgado y bajito» del grupo, al que golpeé, tenía como dieciseis años y era una cabeza más alto que yo. 🙂
Y gracias por el comentario, acertado, como siempre.
junio 30, 2014 en 2:41 pm
Un relato que con cierta nostalgia da cuenta de cómo ya en la infancia uno se encuentra con el mundo, los humanos, la vida, y con las dificultades de hacerse hombre.
La niñez nunca es el sueño rosa que sueñan los adultos.
Extraordinario.
¡Saludos!
Aqueos
(Mercedes)
junio 30, 2014 en 3:21 pm
Gracias Mercedes. La niñez y la adolescencia son etapas muy difíciles. Los niños pueden llegar a ser muy crueles, de alguna forma no han adquirido empatía suficiente para entender el dolor de los demás. Las personas normales lo aprendemos a golpe de experiencias, casi siempre negativas.
agosto 8, 2014 en 12:24 pm
…..eso de las escuelas al campo hay mucha tela por donde cortar hay mas cosas malas que buenas de esa experiencia..pero se vivia mucho trujanismo…chacalismo y todos los ismos…yo lo veia como trabajo forzado era un buche amargo para mi a punto que en 11 no fui al campo estaba en el Cepero y me botaron por que no pude justificar por que no habia ido.
En aquellos tiempos mi difunta tia tenia una amiga medico y pense que me podia resolver..nada, me expulsaron del sistema de educacion por 5 años y termine haciendo la facultad..
En esas escuelas moria gente y todo… violaban ..eso era lo ultimo…mucho chacalismo..entre otras cosas…que mierda es el Fidelismo….es un mojon y asi y todo hay punticos que les cuadra pero no se van a Cuba a vivir…ahora me han dicho que eso ya ni existe….cuantas muertes y sufrimiento hay en esas escuelas al campo y escuelas en el campo…ya un dia se hablara de eso-@
agosto 15, 2014 en 4:02 pm
que impactante el video :0 , me encanta empaparme de otras visiones y culturas. ¡ gracias