Después de la media rueda es un amante exigente, me llama, mas tengo poco tiempo que regalarle. Regreso a él con tres nuevas pasiones: la novela que estoy armando, la convivencia con un sirio y la fotografía.
Novelar acontecimientos que viví hace casi cuatro décadas, me está poniendo las coordenadas correctas en la memoria. Le pongo a la escritura algo de mí, algo de otros, un poco de imaginación y mucho de miedo, aprendizaje y culpabilidad. Es hora ya de enfrentarse a ese tiempo sin rabias ni impotencias. No es posible cambiar lo sucedido. Pero… aguas pasadas, sí mueven molino.
Convivir con un refugiado sirio que lleva solo dos años descubriendo la paz escandinava, me abre los ojos. Sus silencios, sus ironías, sus terrores, la manera en que los enfrenta… Compartir todo eso me recuerda porqué hay que aferrarse a la vida y romperle la crisma si es menester, si insiste en jodernos.
Perderse en esta ciudad y fotografiarla se ha convertido en un placer pecaminoso. Traigo un huracán fuerza cinco a Estocolmo con mi cámara fotográfica y mis ojos. Le subo el color, oscurezco sus negros casi grises, dramatizo sus contornos, tropicalizo la luz de este norte despiadado con mi fuego antillano. No valen términos mesurados, sombras ni medios tonos. Denme colores primarios, que los caribeños no llegamos o nos pasamos. Vivamos donde vivamos.