Las primeras frases que aprendemos de un idioma abren la puerta a mundos nuevos. Son palabras extrañas al inicio, luego pasan al catálogo de las inolvidables.
Viviendo en la aldea global, es fácil meterse en camisa de once varas. La cartera de mi barrio (por su pronunciada nuez de Adán y sus amplios hombros supongo que alguna vez fue cartero) es tailandesa. Cometí el error de contarle cuánto me gustaba la comida de su país y que era cliente habitual del restaurante Sawadee, con su orquídea en el cartel luminoso de la entrada. Sin perder un segundo me explicó que Sawadee no era el nombre de la flor, sino hola en su lengua. «Si eres hombre dices sawadee kap, las mujeres sawadee ka». Desde entonces tengo que saludarla día a día, incluyendo ya el hola masculino, el cómo estás, bien gracias y tú, bonito día y otras expresiones de la conversación ligera en tailandés. Ella me corrige hasta que lo pronuncie bien. ¿Qué remedio no me queda?
Al compañero de trabajo croata lo saludo con un ¿kako si?; a la armenia, con un ¿barev, vont es? A cambio recibo dos sonrisas y un ¿hola, como estás? en castellano. El resto de la cháchara continúa en sueco, pues no sabemos nada más en nuestros respectivos idiomas. Tanto el «kako si», como el «barev, vont es», o el «hola como estás» son parte de una ceremonia; de aceptación al principio, de afecto, después de tanto roce.
En Egipto decenas de chiquillos esperan fuera de las atracciones turísticas. A la llegada de los ingenuos extranjeros les cuelgan cuanto féfere pueda adornar al viajero: collares, abadejos, pulseras… a manera de regalo. Horas después, cuando sales del templo, tumba, pirámide o lo que sea, te esperan y te exigen le pagues lo que te encasquetaron. Para evitar discusiones con tales empresarios azotacalles, el guía nos enseñó a decir La, schuckran (no, gracias) acompañado de un movimiento de los brazos puestos por delante a la altura de los muslos, de adentro hacia afuera y poniendo cara de tranca. Remedio santo para evitar convertirte en maniquí callejero. En mi barrio uso la frase a cada rato, suavizándola con un habibi al final.
Creí que mis primeras frases en sueco serían malas palabras o saludos, como es lo usual, pero me equivoqué. Para evitar caries, desde los años cuarenta del siglo pasado en este mi nuevo país se recomienda dar caramelos a los niños solo los sábados. Tal sugerencia se ha hecho casi ley, como todas las reglas en el respetuoso mundo nórdico. Los vendedores de golosinas las ponen cerca de la caja, a la salida de los mercados, para provocar. De domingo a viernes, cuando los vikinguitos descubren las coloridas e insípidas gominolas, la pataleta está garantizada.
En mis primeras semanas de exilio, ponía un pie en el supermercado vecino y era testigo de un acto teatral constante: Niñitos rubitos tirados en el piso, gritando e increpando: Jag vill ha godis, jag vill ha godis, jag vill ha godis. Las madres y padres fingían no escucharlos, pero la tienda entera los sufría. Tantas veces soporté las perretas, que de ellas recibí mi primera lección en el idioma de Suecia: jag es yo, vill es querer, ha es tener y godis golosinas. No hizo falta clases ni maestros, la histeria infantil con sus ametralladas repeticiones me impartieron las primicias de la gramática y algo de léxico. Y como las primeras frases que aprendimos de un idioma son inolvidables, hoy es domingo y… ¡Yo quiero caramelos!
julio 29, 2019 en 1:22 pm
Pues tengo ganas de que empieces a contar lo que todavía no …manifiestas. Abrazotes, cronista emocional
julio 29, 2019 en 2:04 pm
Gracias Manolito. Todo se andará… si el bastón no se rompe. Como dice mi señora madre. 🙂
julio 29, 2019 en 10:20 pm
Eres tremendo narrando tus experiencias…me he reído muchísimo tanto con tus peripecias con la tailandesa como con la de los vikinguitos y su perreta por los caramelos (chuches dicen en España en referencia a chucherías).Tienes un don para hacer narrativa costumbrista, que deberías cultivarlo seriamente sin tener que escribir Cecilia Valdés, aunque si puedes narrar los cuentos de Teté Comité la de Vigilancia del CDR. Aunque sea solo los lunes no dejes de escribir tus crónicas que tus lectores las disfrutaremos plenamente si necesidad de gritar: jag vil ha godis!!!!
julio 29, 2019 en 11:18 pm
Me ha parecido maravillosamente tierna. No me arrepiento de seguirte y leerte de cuándo en cuándo.
Gracias!
julio 30, 2019 en 9:52 am
Mi estimado Enrique: Gracias, llevas alentándome 40 años y seguimos la conga. Me siento cómodo en la crónica costumbrista. Es como sentarse en el portal de mi casa y contar anécdotas a unos nietos imaginarios, costumbre familiar que conoces bien. A eso debería dedicarme en vez de a escribir novelas que nadie leerá. 🙂
julio 30, 2019 en 10:00 am
Donmiccor: Yo también tengo documentado que soy un muerto de hambre (me encantó eso) También te leo de cuándo en cuándo y con gusto. Tienes un sentido del humor muy original, de eso tengo hambre. Gracias a ti.
julio 30, 2019 en 5:11 pm
Los textos que gozo leyendo, siempre evocan la calidez habanera y a la vez el aire fresco escandinavo y usted los mezcla con la maestría del cocktelero más afamado. Abrazo.
julio 30, 2019 en 6:50 pm
Gracias, don Ángel! Me siento honrado por su poético comentario. Los suecos llaman «kåserier» (del francés causer, conversar, rumorear) a estas pequeñas crónicas, ligeras, humorísticas… Adaptarse a un idioma desconocido y tan diferente al nuestro es algo muy duro, mas yo le quito lastre y lo dejo volar.