DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia


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Santa Lucía, llena eres de luces

Si el 13 de diciembre es uno de los días más cortos del año, o una de las noches más largas, queda por dilucidar. Los suecos lo iluminan con una tradición pagana mezclada con el cristianismo, una especie de mini procesión alumbrada por velas, escuela por escuela, iglesia por iglesia, guardería por guardería… donde quiera que haya niños o jóvenes.

En esa fecha se creía que toda una jauría de demonios visitaba la tierra, era menester alimentarse bien, dar comida extra a los animales domésticos y alejar las tinieblas. Se mataba el cerdo que se comería en navidad, hecho jamón. Si no estaban preparadas para la celebración, las familias serían castigadas por Lussi, un demonio que bajaba por la chimenea. Era cauto y precavido poner luz de por medio.

Cómo se mezcló con la celebración de Santa Lucia, el trece de diciembre, nadie lo sabe. Parece una costumbre venida de Alemania, aunque sea una divinidad italiana. Las niñas, disfrazadas de la santa, sueñan con ser la Lucía de su escuela, la más linda y rubia, para los que le gustan las rubias desteñidas. Morenas, asiáticas y africanas están condenadas, igual que los varones feos, a disfrazarse de tomten, una especie de duende casero. Todos cantan la italianísima Santa Lucía, en sueco. Se bebe café o glögg, que es un vino hervido con especias y se come pepparkakor, esas galletitas de jengibre que venden en IKEA y que tanto le gustan a mi amiga Lourdes o los lussekatter, deliciosos bollitos dulces con azafrán.

A los ganadores del premio Nobel se les sorprende en el Grand Hotel despertándolos con esta celebración. La prensa siempre se hace eco de sus reacciones. Según se cuenta Darío Fo se levantó de la cama y cantó la canción en italiano, emocionado y tal vez equivocado.

A este cubanazo, que nunca se acercará ni a tres kilómetros de un premio Nobel, le gusta hartarse de pepparkakor y lussekatter con café caliente, y ver la procesión transmitida por televisión desde la catedral, antes de irse a trabajar. Les aseguro que alumbra oscuridades, acorta las noches más largas del año o alarga los días más cortos.

Bienvenidas sean algunas tradiciones.


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Solsticio sin arrumacos

 

pinga

En la placita, delante de la fuente de las burbujas y las brujas, han montado el símbolo del solsticio de verano: un inmenso falo vegetal. Mientras lo observo siento el vibrador del teléfono en el bolsillo del pantalón. Reconozco la voz. Pregunta sin saludar.

¿Lo has pensado? Me gustaría mucho que fueras conmigo. Todavía puedo comprar otro pasaje de tren.

Lo siento. No me parece bien.

Son solo mis hermanas, sus hijos y algunos vecinos. Mis cuñados estarán borrachos todo el tiempo.

Nos conocimos hace muy poco. Pasar el midsommar con tu gente, es darle mucha seriedad a una relación que solo comienza.

Llevábamos chateando más de un año. Nos encontramos en la vida real hace cinco meses. ¿No es suficiente seriedad? Para nosotros los suecos esta celebración es casi tan importante como las navidades. Es algo muy familiar.

Vuelvo a mirar el poste adornado. Es una alegoría pagana de fertilidad, igual que el festejo. Las ciudades se vacían y todos se van al campo a casa de parientes o amigos íntimos. Se bebe, come, canta y baila. Es el medio del verano, el día más largo del año, el sol de medianoche.

En mi primera época en Suecia quise participar en estas fiestas. A la tercera fue la vencida. Demasiado alcohol, poca música y menos baile. Canciones infantiles, constante brindar con snaps o aguardiente, después de cada bocado de arenque ahumado o encurtido. Al menos diecisiete brindis con alcohol casi puro. Imposible apreciar la luz al llegar la medianoche. El regalo más preciado de la naturaleza en estas latitudes.

Contemplo las flores que adornan el palo, bastante mustias ya. Hago una foto después de despedirme con dulzura. Guardo el teléfono. Entro al mercado.

Mañana ninguna nube se interpondrá entre mis ojos y el sol de medianoche. Eso espero.