—Aquí hay algo que no cuadra: no está ninguno de tus libros favoritos. Tú has registrado antes este cuarto de desahogo…
En nuestra visita al desván, me dice Onelio despacio, con semblante de Hercules Poirot exprimiendo sus células grises. Llevamos más de cuarenta y cinco años jugando a los detectives. Le sigo la rima tipo doctor Watson, esperando el Elemental por parte de Sherlock. Discutimos por todo y opinamos diferente en casi todo. Eso nos ha ayudado a mantener la amistad durante tanto tiempo.
—Estás equivocado. Están El maestro y Margarita de Bulgakov, Sinuhé el egipcio de Waltari, y Crimen y castigo de Dovstoievski…
—En ediciones publicadas después que te fuiste de Cuba. No soy bobo.
—Me llevé en la maleta en 1994: El arpa y la sombra y Concierto barroco de Alejo Carpentier, Hombres sin mujer de Carlos Montenegro, esas tres que mencionaste antes, Cien años de soledad de García Márquez, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, con los Cuentos completos de Onelio Jorge Cardoso, Apócrifos de Karel Capek, 1984 de Orwell, Caída y decadencia de casi todo el mundo de Will Cupy, El principito de Antoine de Saint Exupery, Demian de Herman Hesse y El libro del convaleciente de Enrique Jardiel Poncela. Son los libros que necesitaría en una isla desierta, en este caso los arrastré conmigo a un Polo Norte muy nevado.
—Estocolmo está lejos del Círculo Polar Ártico.
—Pero se puede ir caminando, desde aquí sería imposible. —Nos gusta buscarnos la lengua el uno al otro. Según él soy todavía un adolescente que continúa saltando de cama en cama, según yo: él piensa como el viejito con nietos que es.
—Falta algo. Tu libro de consultas en tus viajes, de eso estoy seguro.
Me doy por vencido, no queda otro remedio. Mi amigo sabe bien lo que dice. A los doce años y por culpa del título, creí que era algo a lo Veinte mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en ochenta días de Verne y comencé a leer La vuelta al mundo de un novelista de Vicente Blasco Ibáñez, por error. No he parado de admirar sus tres tomos desde entonces.
—¿Si tuvieras solo la posibilidad de llevarte tres, cuáles te llevarías?
—Entonces si estaría jodido… Tú te llevarías La feria de las vanidades de Thackeray, Robinson Crusoe y El Quijote.
—¿Si adivino me puedo llevar El lobo estepario? Tú: El maestro y Margarita, Cien años de soledad y La vuelta al mundo de un novelista.
—Perdí al lobo…
Blasco Ibáñez, un maestro indiscutible de la novelística hispana, escribió esta crónica sobre su crucero por el mundo en el barco Franconia. Diseccionando cada una de las ciudades que visitó, su historia, su gastronomía, sus habitantes, su arte… Pocas cosas se le escaparon. Si quiero incluso entender mejor mi Habana, leer su prosa me ayuda. Penetrante, humorístico, personal, culto, solidario, sentimental y cuidadoso. Excelente. Si a algún título debo mi amor por los textos de viajes, es a este.
Hace más de una década se reeditó y anda por ahí en una copia digital. Me atrevo a decir que a casi cien años de su edición original, la de Prometeo que conservo con orgullo, leer este La vuelta al mundo de un novelista provocaría el mismo asombro en el lector que causa en mi releerlo. Y es que no hace falta ser mi amigo Onelio, ni Hercules Poirot o Sherlock Holmes, para adivinar en el pedestal que lo he colocado, el que, según este lector, se merece.