A unos metros de la Ópera Garnier de París, uno de los edificios más bellos de una ciudad que no hace falta decir que lo es, está el Café de la Paix, en uno de los miles de hoteles que llenan la capital de Francia. Cientos de transeúntes pasan delante de su fachada. Muy pocos se detienen a mirar la placa que, con timidez, adorna una de las paredes del lugar. Una prueba del olvido, esa característica tan humana que nos lastra.
En ese lugar, los hermanos Auguste y Louis Lumière proyectaron sus primeras películas hace ciento veinte años, usando el mismo aparato con que las filmaron. Un evento para celebrar. Todos los días no se inventa un arte…
Poco tiene que ver con el último color de cabello de la Kardashian, el destino de One Direction sin Zain Malik o el precio de los relojes inteligentes de tus conocidos. Los Lumière concibieron, según Norma Desmond en Sunset Boulevard, una nueva forma de hacer soñar al mundo y, con ella, nuevos dioses. Deidades que no controlan ni castigan sino que enamoran, entretienen y educan. Depende del cine que veamos, claro está.
Como prueba de admiración, un grupo de curadores del Instituto Lumière ha montado la Exposition Lumière! Le cinemá inventé en el Grand Palais, con mil cuatrocientas cintas filmadas en diferentes partes del mundo, documentos y fotos de la época. Una estrella indiscutible tiene la muestra: la ingeniosa cámara fabricada por Auguste y Louis, técnica, industria y culto en un solo artefacto. Honrar honra. No a un asesino de masas con la pechera del uniforme cubierta de medallas, sí a quienes nos han abierto nuevas puertas para crear.
Si están en París antes del 14 de junio no se la pierdan, después me cuentan… Para matarme de envidia.