Unas pocas semanas de verano. Un balcón lleno de plantas. Café. Amigos que nos visitan. Conversaciones más ligeras, las del invierno suelen estar lastradas por la grisura. Días largos, que no permiten reconocer la oscuridad.
Pronto tendremos sol de medianoche. Extraña sensación que lo trastoca todo.
No solo florecen las plantas del balcón, también los sentidos se aguzan y se dejan acariciar por el calor. Estar desnudo junto al lago. Leer un buen libro, escuchar a Ravel y a Debussy. El dolce far niente de los italianos. Descanso para la escribidera. Adiós a la dictadura de la laptop durante unos días largos o unos largos días. A caminar por la ciudad, que ahora se viste de lujuria y sonrisas.
Los osos salen de sus cubiles. Los bancos de los parques o la hierba de las praderas se hacen más cómodos que el sofá y la calefacción.
Vida, luz, ropas ligeras, baile, sosiego… Al menos por un mes. Regresaré con las pilas cargadas. Eso creo.