DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia


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La oveja Judy y los lobos de Stonewall

 

Stonewall Inn 1969

(Reblogueado de hace un año.)

En el Greenwich Village de New York nadie conocía el verdadero nombre de Judy, dónde vivía, ni quién era de día. Andaba por las noches calle Christopher abajo y calle Christopher arriba, impersonando a Judy Garland, su ídolo y el de muchos clientes de los bares del barrio. Unos contaban que era hijo de un mormón de Utah con cuatro esposas, otros que era el bastardo de un millonario de Texas y una bailarina de las Rockettes. A él le gustaba alimentar la leyenda, lo hacía sentirse exótico.

Casi siempre el joven terminaba sus rondas en un pequeño club: el Stonewall. Allí lo aplaudían trasvestis de Brooklin, banqueros de Manhattan, jinetes de medianoche. Judy buscaba la complicidad de las ovejas que gustaban de otras ovejas. Los lobos, disfrazados de policias, las atacaban dos o tres veces al mes. Era la ley, no había manera de enfrentarla. Algunos sabían que las autoridades no cerraban el negocio, si algo de dinero caía en sus manos de vez en cuando.

El 28 de junio de 1969, las ovejas lamentaban la muerte de la Garland. Aquella mujer que había cantado tantas veces sobre la existencia de un mundo encima del arcoiris, donde todos podiamos vivir juntos y en paz. Judy tarareaba bajito “The man that got away”, mientras lloraba.

Los clientes del Stonewall escucharon voces altas, ruidos de golpes. El local se llenó de lobos. Atacaron esa noche con más saña que nunca. El propietario del club había olvidado pagar sus impuestos.

Judy recuerda que un policía se le acercó pidiendo identificación. El trasvesti abrió su cartera de malla de plata de los años 1920, herencia de su abuela de Philadelphia y sacó su lápiz labial. Intentó pintarle los labios al agente, que reaccionó golpeándolo en la cara. Con tanta fuerza lo hizo, que la peluca con el peinado de la Garland salió disparada a tres metros de distancia. Cuando fue a pegarle una segunda vez, Judy frenó el golpe con su derecha y asestó un gancho al policía con la izquierda. Su padre era un cubano del Bronx, instructor de boxeo. Había enseñado al trasvesti a pelear, para que se defendiera de los que no toleraban su afeminamiento.

«No creo que mi puñetazo haya encendido la chispa, pocos lo vieron. Sin embargo, aquella noche las ovejas nos sentimos capaces de luchar por primera vez. Al no tener pastor que nos defendiera, sacamos a los lobos del Stonewall peleando con lo que teníamos a mano: tacones altos, bolsas de mano, pinceles de maquillaje, adoquines de la calle… Luego formamos barricadas, llegaron otras muchachitas y lesbianas de los alredores. Nos organizamos.»

Un año después se celebró el primer desfile del Orgullo Homosexual en New York, homenajeando la rebeldía de los muchachones del bar Stonewall de Christopher Street. Judy desfiló con un traje dorado, como el de Barbra Streisand en “Hello Dolly” y unos guantes de boxeo en las manos. Él me lo contó con una sonrisa en los labios, arrugados pero pintados de carmín brillante. No le tiraron fotos. Nadie lo recuerda. Yo, el cronista, no pienso olvidarlo.

judy