DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia


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La útima rumba

Otra vez me sentaré en un antro de barrio pobre. Humo de tabaco, olores de sudor, ron barato, perfumes de mujer y cerveza. Media luz. Risas y susurros voluptuosos, una locomotora en lontananza. Todo en blanco y negro. Me miraré las manos. Yo también estaré en tonos de gris. Repiqueteará el cuero del tambor. Ta ta ta tatá, ta ta ta tatá. Te veré y me guiñarás un ojo. Te levantarás del asiento y bailaré contigo. Te llamaré por tu verdadero nombre de Emelia y me sonreirás, con esa picardía que te hizo famosa.

Me sentiré orgulloso de haber rumbeado con una de las reinas del Cine de Oro mexicano. Ninguno de los dos comentará que dejaste hace unos días la vida, a los 93 años.

«¡Qué lejos estoy de cumplir mis sueños de niñez! ¡Quería ser monja misionera! » Soltarás, entre carcajadas. Tú, una Ochún más carnal que la diosa de la sensualidad yoruba. ¿Monja? «No te lo creo. ¿Con esa cintura empapada en ritmo, mambo, provocación y tambores?»

Te encogerás de hombros y luego los moverás contrario a tus caderas, que se balancearán llevando el peso de toda la Creación en ellas.

Platicaremos sobre los grandes con los que cantaste, bailaste y actuaste, de tu Premio Ariel como mejor actriz, de las telenovelas que hiciste de mayor, de esa vida intensa que viviste al compás de un guaguancó.

Contarás anécdotas sobre los compatriotas en México a los que ayudaste a hacer carrera, a no pasar hambre, a darle cobijo cuando lo necesitaron. Ellos también estarán allí: Dámaso Pérez Prado, Rosa Carmina, Kiko Mendive, Amalia Aguilar, Beny Moré…

Será tu última rumba. Luego descansarás en paz como te lo mereces, por habernos hecho soñar a tantos, Ninón Sevilla.


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Clásicos aplatanados

 

Cuando cruzamos un burro con una yegua nace una mula o mulo, casi siempre estériles. Pero si mezclamos ritmos afrocubanos con Beethoven, Bach o Chaikovsky, lo más posible es una explosión de asombro para algunos, alegría y complacencia para otros, nada infecundo en sentimientos. Sverre Indris Joner se ha dedicado a hacer fusiones, primero del tango argentino y ahora de música cubana, con piezas cultas europeas.
El resultado me ha puesto a gozar como una cucaracha en una lata de leche condensada desde hace semanas. No dejo de escuchar a la Høveden Social Club con la Kringkastingsorkesteret, acompañados de percusionistas cubanos en concierto desde Oslo, en la vecina Noruega.

 

 

El barroco y lo clásico, el nacionalismo romántico me saben mejor con el tumbao de un piano y el ritmo de la tumbadora. No tenemos trineos noruegos en L’abana pero Sverre se ha paseado por sus barrios y se ha empapado en afrocubanía. Y me ha puesto a mover el esqueleto como buen timbero que soy.
Nunca la Danza de los copos de azúcar del Cascanueces de Chaicovsky me había parecido tan mía, ni ese Danubio azul por el que corrren aguas de danzón, tango congo y conga santiaguera me había resultado tan cosquilloso en los pies.
¿Bach y Beethoven se estremecen en su tumba? ¿El divino sordo hubiera marcado un pasillito con una mulatona cubana? ¿Mozart hubiera hubiera machacado las teclas del piano en un montuno para su Eine kleine vacilón? No lo puedo saber.

 

 

Con todo el respeto para creadores a los que considero titanes, me quito el sombrero y tiro la silla al piso por culpa de este nórdico aplatanado en compases y armonías. Con la complicidad de estos músicos que tocan con tanto sabor a mar Caribe.
Maestro Sverre Indris Joner, es usted el principal inculpado de mi penuria. Lo siento pero tengo que bailar o reviento, es algo genético. Seguro que el burro, la yegua y la mula tampoco podrían evitarlo.

 


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Suavecito, María Antonieta!

 

Como cantante María Antonieta Pons no se ganaría ni pa’l chiclet pero a la hora de menear la cintura, era una estrella. Eso es sabor criollo y un cuerpo sano, logrado sin gimnasio ni carreritas matinales: bailando rumba.

México y su cine la hicieron famosa en los años cuarenta. Cine de rumberas, llaman algunos de manera despectiva a un grupo de peliculas de la época.

No es Bergman, Fellini, Kurosawa ni Antonioni pero llena el hueco que dejaron estos señores. Bailar como María Antonieta Pons es un ejercicio que divierte el alma y fortalece hasta músculos desconocidos en algunas latitudes.

Bendita sea esa cubana que, cómo Dámaso Pérez Prado, Acerina y otros, tanto tiene que agradecerle al México que los acogió.