DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia


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Solsticio sin arrumacos

 

pinga

En la placita, delante de la fuente de las burbujas y las brujas, han montado el símbolo del solsticio de verano: un inmenso falo vegetal. Mientras lo observo siento el vibrador del teléfono en el bolsillo del pantalón. Reconozco la voz. Pregunta sin saludar.

¿Lo has pensado? Me gustaría mucho que fueras conmigo. Todavía puedo comprar otro pasaje de tren.

Lo siento. No me parece bien.

Son solo mis hermanas, sus hijos y algunos vecinos. Mis cuñados estarán borrachos todo el tiempo.

Nos conocimos hace muy poco. Pasar el midsommar con tu gente, es darle mucha seriedad a una relación que solo comienza.

Llevábamos chateando más de un año. Nos encontramos en la vida real hace cinco meses. ¿No es suficiente seriedad? Para nosotros los suecos esta celebración es casi tan importante como las navidades. Es algo muy familiar.

Vuelvo a mirar el poste adornado. Es una alegoría pagana de fertilidad, igual que el festejo. Las ciudades se vacían y todos se van al campo a casa de parientes o amigos íntimos. Se bebe, come, canta y baila. Es el medio del verano, el día más largo del año, el sol de medianoche.

En mi primera época en Suecia quise participar en estas fiestas. A la tercera fue la vencida. Demasiado alcohol, poca música y menos baile. Canciones infantiles, constante brindar con snaps o aguardiente, después de cada bocado de arenque ahumado o encurtido. Al menos diecisiete brindis con alcohol casi puro. Imposible apreciar la luz al llegar la medianoche. El regalo más preciado de la naturaleza en estas latitudes.

Contemplo las flores que adornan el palo, bastante mustias ya. Hago una foto después de despedirme con dulzura. Guardo el teléfono. Entro al mercado.

Mañana ninguna nube se interpondrá entre mis ojos y el sol de medianoche. Eso espero.

 


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Relajamiento

 

Unas pocas semanas de verano. Un balcón lleno de plantas. Café. Amigos que nos visitan. Conversaciones más ligeras, las del invierno suelen estar lastradas por la grisura. Días largos, que no permiten reconocer la oscuridad.

Pronto tendremos sol de medianoche. Extraña sensación que lo trastoca todo.

No solo florecen las plantas del balcón, también los sentidos se aguzan y se dejan acariciar por el calor. Estar desnudo junto al lago. Leer un buen libro, escuchar a Ravel y a Debussy. El dolce far niente de los italianos. Descanso para la escribidera. Adiós a la dictadura de la laptop durante unos días largos o unos largos días. A caminar por la ciudad, que ahora se viste de lujuria y sonrisas.

Los osos salen de sus cubiles. Los bancos de los parques o la hierba de las praderas se hacen más cómodos que el sofá y la calefacción.

Vida, luz, ropas ligeras, baile, sosiego… Al menos por un mes. Regresaré con las pilas cargadas. Eso creo.