DESPUÉS DE LA MEDIA RUEDA

Bitácora nostálgica, de un cubano que vive hace más de dos décadas en Suecia


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Concierto en blanco para solo sin orquesta

¡Ay, casa!

Los fantasmas que me habitan son los mismos que pulen tus baldosas. Juegan enredados entre tus helechos, tiernos como aliento de ángeles, armados de esqueletos negros como ramas de coral, firmes como un beso, desconcertantes como plumas de avestruz… Helechos. Las malangas trepando la tapia, anulándola con verdes, implacables como alitas de libélula, dulces como caimitos, vibrantes como el zun zun que se alimenta de tus buganvillas siempre a las tres de la tarde.

La tarde…

Tus duendes juegan con lagartos que cambian de color. ¡Colores! Cálidos del amarillo al naranja. El sofoco del mediodia, la siesta de los mimbres y las limonadas con hielo. No, el hielo, no, no me lo recuerdes. Mejor miéntame el bochorno que te blanquea los ladrillos con un ritmo de tambores y mangos, claves y sudor.

Miénteme. Duérmeme con recuerdos. Acúname con mariposas, cocuyos, tejas color sangre, vitrales, guitarra y bongó, con la voz de mi madre y las carcajadas de mi padre. Tu puedes, tus paredes se descascaran, mas tus cimientos son fuertes, están fundidos con clorofila y jugo de guayabas, con gemidos de orgasmos y malas palabras, con rebeldía e improperios, con hambres y rumbas.

¡Los colores, ay, casa! ¡Despiértalos! Están durmiendo en el blanco. Regálame un prisma que los desmenuze en azules, amarillos y rojos, que le arranque a los cristales los violetas y los naranjas. Están allí, lo sé. Haciéndole camino a las bicicletas presas, a los bancos de parque desilusionados, a las hierbas insultadas por la mentira del invierno…

Solo tú puedes desnudarlos de nieve y muerte.


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Santa Lucía, llena eres de luces

Si el 13 de diciembre es uno de los días más cortos del año, o una de las noches más largas, queda por dilucidar. Los suecos lo iluminan con una tradición pagana mezclada con el cristianismo, una especie de mini procesión alumbrada por velas, escuela por escuela, iglesia por iglesia, guardería por guardería… donde quiera que haya niños o jóvenes.

En esa fecha se creía que toda una jauría de demonios visitaba la tierra, era menester alimentarse bien, dar comida extra a los animales domésticos y alejar las tinieblas. Se mataba el cerdo que se comería en navidad, hecho jamón. Si no estaban preparadas para la celebración, las familias serían castigadas por Lussi, un demonio que bajaba por la chimenea. Era cauto y precavido poner luz de por medio.

Cómo se mezcló con la celebración de Santa Lucia, el trece de diciembre, nadie lo sabe. Parece una costumbre venida de Alemania, aunque sea una divinidad italiana. Las niñas, disfrazadas de la santa, sueñan con ser la Lucía de su escuela, la más linda y rubia, para los que le gustan las rubias desteñidas. Morenas, asiáticas y africanas están condenadas, igual que los varones feos, a disfrazarse de tomten, una especie de duende casero. Todos cantan la italianísima Santa Lucía, en sueco. Se bebe café o glögg, que es un vino hervido con especias y se come pepparkakor, esas galletitas de jengibre que venden en IKEA y que tanto le gustan a mi amiga Lourdes o los lussekatter, deliciosos bollitos dulces con azafrán.

A los ganadores del premio Nobel se les sorprende en el Grand Hotel despertándolos con esta celebración. La prensa siempre se hace eco de sus reacciones. Según se cuenta Darío Fo se levantó de la cama y cantó la canción en italiano, emocionado y tal vez equivocado.

A este cubanazo, que nunca se acercará ni a tres kilómetros de un premio Nobel, le gusta hartarse de pepparkakor y lussekatter con café caliente, y ver la procesión transmitida por televisión desde la catedral, antes de irse a trabajar. Les aseguro que alumbra oscuridades, acorta las noches más largas del año o alarga los días más cortos.

Bienvenidas sean algunas tradiciones.


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De brujas y burbujas.

fuente hagsätra

Tenemos días de sol y calor. Voy a comprar limones, para hacer un daiquirí al de los arrumacos y refrescarnos en el balcón, escuchando a Barbra Streisand. Al salir del mercado noto que alguien ha dejado caer en la fuente de la entrada algún tipo de detergente.
Saco el teléfono del bolsillo. Una de esas señoras mayores, muy rubias, con ojos muy azules y que parecen tener el don de la ubicuidad, lo advierte y me suelta:
—No hace falta que llames a la policía, ya lo hice.
—¿Policía? Sólo voy a tomar una foto. —Sonreí.
—¿Te parece divertido? Claro, eres como esos que maltrataron el agua.
—Un poco de espuma no le hará daño a la fuente. Se ve diferente, es como si la espumita le diera el volumen que no tiene. Y me parece hasta más alegre.
—No me sorprende tu opinión. Gentuza como tú es la que ha destruido este país.
Vuelvo a sonreír, nada difícil en mí.
—¿Me haría el favor de apartarse un poco? —Le digo moviendo el cuello y la cabeza a un lado, como la integrante de un trío de la Motown.— Es para poder hacer la foto.
—¡Ustedes no hacen más que molestar!
Mientras fotografío lo que ha causado mi buen estado de ánimo, se le acercan dos señoras más. Comentan en voz baja, mirándome. Las narices tan altas como si hubieran olido un peo.
—Seguro que le enviarás las fotos a tus familiares del desierto de Sahara.
Vuelve a atacar la tante, como mis buenos amigos suecos llaman a personas como ella, usando la palabra tía en francés para burlarse. Le doy la espalda sin responder, no sin antes mirar otra vez al surtidor. Las burbujas aumentan, sin enterarse del disgusto de las tres damas. Ya están desbordando los límites de la fontana. Me pregunto que pasaría si llegaran a mojar los zapatos grises, negros o pardos de tan airadas expectadoras.
Un rato después, el de los arrumacos y yo nos sentamos en el balcón, gozando del daiquirí. Comentamos el avance de los partidos de la ultraderecha y la ultraizquierda en Europa. Nada sorprendente…


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Contradicciones

sauce nevado

—A tí te empujaron a la escalera de un avión y te montaron en él. Tú no viniste porque querías.

Aseguró Leonardo, un amigo chileno, al oirme hablar de lo unida que era mi familia. Me había invitado el día después de mi llegada a Suecia a ver la ceremonia de los premios Óscar. Sirvió vinos y canapés mientras veíamos el espectáculo. Me parecía el colmo del lujo. Hollywood en directo, foie gras y chardonnay frío.

Desde el balcón del chileno vi nevar por primera vez. Salí a dejarme enfriar por los copos. Un niño jugando con la nieve, a pesar de mis treinticuatro años. Dos décadas después, detesto los seis meses de invierno sin poder pisar tierra firme, caminando sobre treinta centímetros de algo blanco y crujiente o resbalando en la inmensa pista de patinaje en que se convierte Estocolmo. Hasta las alas de los ángeles se han congelado por aquí arriba.

Es el precio de la libertad, junto a la lejanía de los que quiero y la falta de comunicación. Es dificil relacionarse con alguien a quién le han enseñado a no expresar sentimientos. Claro que los tienen, somos todos humanos; pero no se escuchan carcajadas adultas de alegría por las calles, ni las vecinas lloran cuando cuentan la muerte de su esposo tres días antes y tu pareja no te mira a los ojos mientras tiene un orgasmo. Son cosas a las que no acabo de adaptarme, como evitar devolver la sonrisa a un niño en el metro o moverme al ritmo de Donna Summer cuando la escucho en mis audífonos

Hace dos siglos los castigos máximos eran la muerte o el destierro. El segundo era tan cruel que se eliminó. Los seres humanos tenemos la capacidad de adaptarnos a cualquier medio, la potencialidad de resistir sobreviviendo en situaciones extremas regalándonos una felicidad de segunda mano. Y engañarnos diciéndonos que vivimos con intensidad.

«Estar solo es ser fuerte.» Fue una de las primeras frases que aprendí a leer en el idioma de los suecos. Una especie de divisa para ellos. Quizás sea un problema demográfico, un país enorme casi deshabitado. Muchas millas de nieve y muchos lobos hambrientos, entre casa y casa.

La mayoría de los seres humanos no pueden, ni quieren, estar solos. Hace años que coqueteo con la soledad, aunque no soy un solitario. Me molesta tener que cambiar la sábana dos veces el mismo día cuando viene alguien a pasar una noche conmigo, me incomoda que quiera usar mi tazón favorito al desayunar o que no traiga vino para la cena.

Miro por la ventana y veo el sauce desnudo en el otoño, cubierto de nieve en el invierno, retoñando en la primavera y reventando de tantas hojas en el verano. Nadie cerca del árbol. Nadie que cante un reggaetón en voz alta o grite para comentar la novela, no hay quién venga a pedir azúcar o a traer las fotos del bautizo de su nieta. Hay días que daría la vida por todo eso, por cambiar las sábanas todas las mañanas y comprar tazones para compartir el cereal, por escuchar a la vecina desafinar o reírle una anécdota malintencionada.

Como dijo Leonardo, hace veinte años me montaron en un avión. He pasado ese tiempo entre contradicciones. Alegrías, nostalgias, pasiones, decepciones, sueños y desamores. Se me antoja que al final es la misma mecánica en todas partes.

Hay que cocer las habas para comerlas, no se comen crudas.

Y hay que sobrevivir comiéndolas porque las uvas… están verdes.

sauce pelado


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Feliz año 2014

 

Dos maneras diferentes de esperar el nuevo año.

Primero con el grupo sueco ABBA. ¿Deseándonos felicidad?

Luego con el grupo Mayimbe y una Rueda de Casino. La descendiente directa de la contradanza cubana. Aquí con los nombres de los pasillos, para quién quiera aprenderlos.

¡Féliz Año 2014 desde el Polo Norte!

¡Y a gozar, a gozar, que el mundo se va a acabar!