Escucho un crack a la izquierda… y otro a mi derecha. Despierto pensando que la cama está vieja y los muelles del colchón están quejándose. Enciendo la luz, tres de la mañana. Es el día de todos los muertos, caigo en cuenta.
No soy exactamente creyente, pero tampoco exactamente ateo. He visto movimiento donde debería haber quietud, he oído voces donde debería reinar el silencio. Mi cerebro ajustándose a la oscuridad, mi consciencia interpretando señales incompletas, quizás. Mi espíritu decimonónico desea lo contrario.
Debo estar en deuda con alguien, pienso. Me levanto, lleno un vaso de agua y lo pongo bajo mi cama. Enciendo varias velas en mi sala de estar. Una se resiste a iluminarse. Me quemo un dedo con el fósforo. Es curioso que haya preferido encenderlas a la antigua, teniendo encendedores modernos a mano.
A esta edad he acumulado suficientes almas para pensar en mucha gente que he querido. Me aliviaría saber que están conmigo hoy, como casi siempre. Algunos no se han ido nunca, me susurran sus anécdotas, me compelen a contar cosas que ellos creen o creyeron necesario contar. Amables figuras del pasado, diría Renée Méndez Capote, acompañando dulzura con humor del bueno.
Mis queridos muertos, sentencio y lapido yo. Los echo de menos, pero falta un buen trecho para volver a vernos. Mientras tanto…
noviembre 1, 2017 en 1:24 pm
Me alegra tu vuelta, te conviertes en una aparición positiva. Un fuerte abrazo
noviembre 1, 2017 en 1:26 pm
Ernán, qué bueno que has vuelto a la media rueda! Cada día escribes mejor. Me alegra encontrarte y también al recuerdo de tus almas por aquí. Saludos!
julio 13, 2019 en 4:04 am
Gracias Manolito y Lou. Abrazos a los dos.