—No hables así, Ernán. Cuando la gente emigra tiene que colgar su vida anterior en un armario, cerrar la puerta y ponerse una nueva. Así hizo mi abuelo al llegar a Cuba. Se enredó con una lugareña y tuvieron hijos. Pasaron mucho trabajo juntos. El hombre reunió un dinerito y regresó a su esposa legal en Canarias, dejando a su familia cubana atrás sin un centavo. Nunca supimos de él.
Mi viejo reprochó mi frase condenando a nuestro ancestro español. Pude equivocarme y haber juzgado a mi bisabuelo a la ligera. Pude pensar que no sólo era bígamo, cobarde y colonialista. Yo también emigré, sé lo difícil que es caminar hacia adelante, mirando atrás sin tropezar y caerse. Los esfuerzos que conlleva mantener ética y moral, en un mundo con reglas de juego tan distintas. Mas no justifico el olvido. El canario nunca supo si amante e hijos murieron de hambre. Los abandonó en medio de la guerra, en 1897, durante los duros años de la reconcentración de Valeriano Weyler.
—A tu abuelo Lutgardo le tocó mucha mala suerte. Creció sin padre y enfermó de poliomelitis. A los dieciseís años le cayó un rayo en el pie jodido. Lo enterraron de la cintura para abajo y le salvaron la vida. Quince años después se le metió otro relámpago en la misma pierna. También lo sobrevivió. A nadie lo contamos, fuera de familiares y conocidos, para que no nos crean mentirosos.
—Es bastante común que una persona sea tocada por un rayo una segunda vez. Parece que se cargan electricamente de cierta manera y atraen las centellas. Más vergonzozo es lo que hizo el canario, aunque muchos hicieron lo mismo.
Tenía en mis manos una foto mostrando el lado paterno de la familia. Mi madre me sostiene, orgullosa. Sobresalgo sobre el hombro de mi abuelo. Están mis tres tías y mis primas, posamos en la puerta de su casa en Maltiempo, Cruces. Mi padre la tenía oculta, con muchas otras. «Sé que las escondes en la maleta debajo de la cama, pero solamente tú sabes dónde guardas la llave.» Había dicho mi vieja el día anterior, con expresión de sabelotodo.
Eran las seis de la mañana, Araldo había llevado el café a la cama a Nimia. Él y yo nos habíamos sentado en el comedor, a solas, tranquilos. Me hacía el honor de enseñarme las viejas fotos, un tesoro para él, a sus ochenta y cuatro años.
Hablábamos sobre cosas que nunca se habían mencionado, que ahora, después de mi media rueda cumplida, se podían contar. Esqueletos en el armario. Un bisabuelo misterioso y desconocido.
—Supongo que el español tuvo o tenía otros hijos en su país. Jamás habló de eso, ni contó de dónde venía. Era lo normal al aplatanarse en esta isla. Muy pocos mencionaban la tierra que habían dejado atrás.
—A bisabuela le tocó la peor parte. Imagino como sería ser madre soltera después de una guerra que destruyó la economía de Cuba, en una época tan machista.
—La vieja era la candela. Supo echar p’alante sin bajar la frente. Claro que pasaron hambre y necesidades, sin embargo se las arregló para comprarse un pedacito de tierra en la repartición después de la Independencia. La trabajó y le sacó su provecho. Murió casi centenaria, clara de mente y vivaracha. Nadie sabe si el viajero murió en el viaje, si disfrutó de su riqueza o no, y no me interesa saberlo. —Me quitó la foto de las manos y la miró.— ¡Cuántos recuerdos, unos buenos y otros malos! Papá era un guajiro fuerte como una mata de ceiba. Trabajó el campo, construyó su casa, nos crió a los cuatro, conoció a sus cinco nietos. Los dos corrientazos le jodieron el corazón, pero no lo vi nunca sentado. Siempre estaba haciendo algo. A las cuatro de la mañana se levantaba, tomaba su café y salía cojeando a sembrar y cosechar calabaza, maíz, boniatos, frijoles.
Me pregunto en que tiempo abuelo leía y escribía sus décimas. Era un señor introvertido. No recuerdo una sola conversación con él. Educó a sus hijos con mano dura y los hizo estudiar. Arrastraba su pie enfermo con naturalidad y jamás se quejaba. Nadie logra evocarlo como un lisiado, él mismo no creía serlo.
Mi padre me envió hace unos días el cuaderno con las décimas del suyo. Yo solía leerlo de niño, a escondidas. Lutgardo sospechaba que yo hurgaba en sus papeles. Tía Zoraida, mi cómplice en muchas cosas, me avisaba cuando podía hacerlo sin que me sorprendieran. Aquél anciano que no hablaba una palabra de más, las escribía, derrochándolas, enamorado de las letras. Me es casi imposible no imaginarlo cansado, después de un día metido en un surco de tierra colorada, sentado escribiendo. Midiendo versos y tejiendo crucigramas con sus finales. Un hombre del campo, casi analfabeto.
Ahora que puedo leer sus viejas rimas campesinas con calma, es como si estuviéramos sosteniendo la conversación que nunca tuve con él.
Gracias por la parrafada abuelo, no las debíamos.
Décimas.
Si alguna vez te dispones
a estudiar la humanidad,
con toda seguridad
que sufrirás decepciones.
Personas que con blasones
brillan en la sociedad
que hablan de fraternidad
del deber y del derecho
y llevan dentro del pecho
el virus de la maldad.
Encontrarás moralistas
que se han trazado una norma
y el interés los transforma
en verdaderos artistas.
Son tipos exclusivistas
al que el mal instinto guía
y en medio de la falsía
de su horrendo proceder,
no creen ni en la mujer
que los trajo al mundo un día.
Nos dice el refrán: haz bien
a los desafortunados,
cuando estén necesitados
y nunca mires a quien,
pero los que con desdén
se olvidan de sus deberes,
no sueñes jamás, ni esperes
que brillen por sus ejemplos
porque en los mejores templos
abundan los mercaderes.
© Lutgardo Hernández 1961
mayo 5, 2014 en 7:51 am
Bonito. La historia familiar siempre tiene la magia de la niñez y del mundo que hemos ido perdiendo con los años, y del mundo que nos contaron, que no vimos, y que por eso mismo, porque lo imaginábamos, tenía un candor extraño que toda la vida nos acompaña. Me ha gustado mucho. Un saludo
mayo 5, 2014 en 8:12 am
El jueves recogí el cuaderno y las fotos. Me cayeron encima todos esos recuerdos y me sirvió de catarsis contarlos.
Nunca había reparado en lo interesante de la historia de mi abuelo paterno. Me parecía tan distante que me asustaba. Después de mi último viaje a Cuba en noviembre pasado y de la conversación con mi padre, comienzo a entender al viejo.
Gracias, amigo Joya.
mayo 5, 2014 en 1:55 pm
Qué bebé más bien comido, desde peque Ernán. Cómo me gustaba y sigue gustando husmear en esas fotos viejas a mi también. Los abuelos del campo llevan la poesía guajira en la sangre. Mi abuela y sobre todo el viejo Ventura vecino de mi niñez le hacía una décima a cualquier cosa, sobre todo a las mulatonas que le pasaban por el lado cuando guataqueaba frente a la casa jeje. Ese también tenía de isleño español!!
mayo 5, 2014 en 3:46 pm
Nací con cuatro kilos y medio. Y después me criaron con leche, sagú y espinacas. 🙂
Estoy bobo con las fotos del familión.
Las décimas nos llegaron vía Canarias, todo eso del repentismo y la controversia parece tener raíces isleñas. A mí me encantan, las llevo en la sangre como casi todos los cubanos del campo.
Un quiero grande.
mayo 5, 2014 en 5:36 pm
Hermosa narrativa! No quería dejar de leer la historia. Hermoso poema de Lutgardo. Una linda manera de hacer historia. Gracias por compartir algo tan personal.
mayo 5, 2014 en 7:23 pm
Será que tengo hambre, pero esta entrada me supo a Sancocho de mero, con yuquita, malanga y ñame. Y me supo riquísimo…
mayo 5, 2014 en 8:26 pm
Estimado don Ángel:
Eso me recuerda que tengo un amigo de Cabo Verde al que quiero mucho, lo invité una tarde a comer a casa, cuando él vivía en Suecia. Habíamos cocinado ajíaco, que es la versión cubana del sancocho. Cuál no sería nuestro asombro cuando Samú, mi amigo, nos contó que el plato típico de sus islas africanas, la cachupa, es lo mismo.
En Cuba cambiamos el pescado por carne de cerdo y tasajo de caballo, pero el resto de los ingredientes no varía. Creía que era un plato con sabor a campiña cubana. Y resulta que en gran parte del Atlántico Tropical y el Caribe se come, con diferentes nombres, pero casi exactos ingredientes.
Supongo que pase igual con las décimas campesinas, sobre todo las del centro de la Isla, adonde más emigraron los canarios. Nada, que llevamos las costumbres hispanas muy metidas en el ADN. Inevitable…
mayo 5, 2014 en 8:32 pm
Reflexionando con mi hermana hoy, me percaté de lo personal que era la historia. Quizás fui demasiado subjetivo al narrarla, por la misma razón.
Muchas gracias, Andrea. Bienvenida a Después de la Media Rueda.
mayo 6, 2014 en 2:17 am
Hermosa tu narrativa. Es un placer leerte.
Un saludo.
mayo 6, 2014 en 6:03 am
Recuerdos y tras los recuerdos…Mas recuerdos y por supuesto…La evocación de otros tiempos. Cada uno tenemos los nuestros, tu compartes los tuyos y eso por lo menos a mi….Me gusta. Cuidate
mayo 6, 2014 en 7:09 am
Amigo Plared: siempre con esa agudeza que tanto me gusta.
Aquí me enredé con unas cajitas chinas o unas matrioskas: el recuerdo dentro del recuerdo de otro recuerdo… y un descubrimiento importante. Algo que la familia paternal, muy moralista y poco permisiva, ocultaba. La materna es sorprendentemente liberal desde los tiempos de mi abuela. Pero los Hernández…
Gracias, por alentarme, a tú manera. Y a cuidarse, como bien dices.
mayo 6, 2014 en 7:11 am
Gracias Maggi, un placer tenerte por aquí y seguir los, siempre acertados, consejos de tu blogg.
mayo 7, 2014 en 5:20 pm
Hola Ernan: tu como siempre tan preciso y agradable con tus historias……….esta de tu abuelo Lutgardo, me encanto’……..Un verdadero poeta que no necesitaba instruccion para reflejar lo que pensaba utilizando las palabras mas adecuadas……Sabes???????/me emocione mucho con estas decimas…..me hiciste remontar a las Jornadas Cucalambeanas que se celebraban en Las Tunas en las que siempre debi participar por la Direccion de Cultura……y disfrute mucho………….Cuantos recuerdos!!!!!!!!!!!!!!!!
Ya ni me acordaba……
Gracias mil por tus comentarios .
Realmente es un grandisimo placer contar con ellos.
Un abrazo desde Miami,
Zulma Arocha
mayo 7, 2014 en 11:24 pm
Hola Zulma:
Lo más curioso de las décimas es su fecha. Un amigo me llamó por teléfono para comentarlo: «Coño, qué claro estaba tu abuelo!» El viejo nunca le creyó cuentos a ningún politico, siempre supo lo que había detrás de sus discursitos o discursones.
Confieso que conozco bien la isla, desde Punta Las Morlas arriba, hasta Cayo Ramona abajo, desde playa Las Tumbas en Pinar del Río, hasta Sancti Spiritus y Santa Clara. Camagüey y Oriente me las debo y con muchas ganas. Es casi imperdonable. Algún día quizás cumpliré mi sueño de conocer la parte oriental de ese país tan lindo donde nos tocó nacer.
Gracias a tí por el aliento y recibe un fuerte abrazo, desde el Polo Norte
mayo 17, 2014 en 1:52 pm
Te he nominado para The Versatile Blogger Award
http://ultimatewanker.wordpress.com/2014/05/16/he-sido-nominado-para-el-versatile-blogger-award/
mayo 22, 2014 en 2:53 am
Muchísimas gracias, hljorge. Tengo por costumbre rechazar premios desde niño, debe ser mala, pero no sería mi única maña de tímido.
Te agradezco la nominación y créeme que me he encomendado a Santa Euleodora Teodora de Uganda para pedirle disculpas, por lo que puede parecer arrogancia.
Es que nominar sepetecientos blogs más no me sería suficiente. En nuestro medio y nuestro idioma hay centenares de personas que publican cosas interesantes, divertidas y bien escritas. Pasaría y de hecho las paso, horas leyéndolos. Algunos apasionan, otros informan, otros entretienen, muchos divierten, unos cuantos educan.
Gracias, una tercera vez. me honras.
Saludos calurosos desde un Polo Norte, soleado y cálido.